sábado, 12 de abril de 2008

La película del mes: "El Puente sobre el río Kwai" David Lean, 1957


Estreno de la nueva sección con un pequeño análisis de esta inolvidable obra maestra del séptimo arte

Hace apenas cinco meses escasos que este vuestro anfitrión cumplió sus primeros veinte años de edad, acontecimiento que supuso para mi la entrada en una nueva etapa de mi vida en la que he podido darme que cuenta de que nuevas responsabilidades caen sobre mis hombros y en la que también, por alguna extraña razón, me siento por primera vez plenamente capacitado para reflexionar sobre mi vida anterior y sobre todas las personas que de algún modo u otro han influido en ella.

En este sentido, y sin ningún tipo de miedo a equivocarme, puedo decir que una de las pocas personas de las que he podido llegar a sentirme realmente orgulloso durante todos estos años ha sido de mi padre, sabio educador al que (junto con mi madre), le debo en gran medida lo que soy ahora.

Fue precisamente el quién comenzó a inculcarme desde una temprana edad el gusto y la pasión por el cine y por la música, facetas de las que le estoy y estaré siempre eternamente agradecido. Aún recuerdo perfectamente aquellas largas tardes de domingo en las que el y yo disfrutábamos juntos viendo películas tan clásicas y míticas como El maquinista de la General, En busca del arca perdida y otras muchas que acabaron contribuyendo a mi formación como amante del cine e incluso como persona.

Pero sin duda alguna, si hay un género cinematográfico por el que mi padre sentía y siente realmente pasión, es por el cine bélico, género que solía inundar las tardes de televisión española en aquellos lejanos domingos de cuando yo era solo un niño. Fue precisamente en una de aquellas incontables tardes cuando mi padre me recomendó el visionado de una película que televisión española emitía aquel día de verano y que con el paso del tiempo se ha acabado por convertir en una de mis películas favoritas de todos los tiempos: El Puente sobre el río Kwai.

Yo contaba con tan solo 8 años, y el visionado de una película de más de dos horas y media de duración no me parecía la idea más atractiva en aquel momento, pero cuando la vi, se me quedó grabada en la retina para siempre. Para mi, aquella película significó una experiencia completamente nueva: nunca antes había observado unas imágenes tan maravillosas y cargadas de emotividad, ni escuchado una banda sonora tan preciosa, ni visto una actuación tan brillante, sincera y convincente como la que el inigualable Alec Guinness realiza en este film, uno de los más recordados, míticos e influyentes, no solo en su género, sino de toda la historia del cine.

La película nos sitúa en uno de los momentos más comprometidos y delicados de la historia de la humanidad: Sudeste asiático, 1943. En el sur de la Birmania ocupada por las fuerzas japonesas durante la Segunda Guerra Mundial, se está llevando a cabo un ambicioso proyecto, la construcción de un enorme ferrocarril que deberá unir las ciudades de Bangkok y Rangún para posteriormente continuar su marcha en dirección a la India, con el objetivo de ayudar al esfuerzo bélico japonés en este sector.


Para la realización de dicho proyecto, los japoneses contarán con la utilización de mano de obra forzosa por parte de los miles de prisioneros de guerra británicos, australianos, americanos y neozelandeses que trabajan en diversos campos de trabajo situados a lo largo del ferrocarril. Es precisamente en uno de estos innumerables campos donde es destinado un pequeño grupo de prisioneros ingleses dirigidos por el teniente coronel Nicholson (Alec Guinness), el cual mantendrá desde su misma llegada una postura distante y muy poco colaborada con el comandante del campo, el coronel Saito (Sessue Hayakawa), quién ha recibido la orden de construir un puente sobre el río Kwai que deberá acelerar la construcción del ferrocarril, tarea que deberá ser desempeñada por los nuevos prisioneros de guerra británicos.

En mitad de las disputas suscitadas entre ambos coroneles (Nicholson no acepta que los oficiales ingleses realicen trabajos manuales ya que está terminantemente prohibido por la Convención de Ginebra), se encuentra el comandante americano Shears (William Holden), un astuto soldado que consigue fugarse del campamento y ser rescatado por las fuerzas británicas, quienes le trasladarán hasta la isla de Ceilán (donde curiosamente fue rodada la película). Una vez allí, Shears se verá obligado a aceptar formar parte de una peligrosa misión que le conducirá de vuelta a Birmania, donde deberán destruir el puente que Nicholson y sus hombres están construyendo de forma obstinada sobre el río Kwai, ya que este se empeñará tanto en construir un puente que resista el paso del tiempo que le hará olvidar sus deberes reales como soldado, siendo objeto de crítica por parte de alguno de sus hombres.

El Puente sobre el río Kwai es una de las pocas películas que realmente esconde dentro de sí misma algo más de lo que aparenta ser, mostrándonos una historia muy humana en la que sus protagonistas (cada uno de ellos con concepciones diferentes respecto al sentido del deber), se comportan de forma diferente en función de la buena o mala marcha de los acontecimientos, y eso en mi humilde opinión es lo que hace de esta película una obra maestra dentro de su género.

Al margen de la orientación de la propia historia, la cinta contiene una multitud de características que son realmente destacables (por no decir todas). Basada en la obra homónima del escritor francés Pierre Boulle (quién también escribiría el Planeta de los Simios en 1963) y dirigida por uno de los más grandes maestros del 7º arte, Sir David Lean (quien todavía no había dirigido algunas de sus otras obras maestras como Lawrence de Arabia o Doctor Zhivago), la película está dotada de una brillantez que muy pocas cintas tienen, tanto en el plano artístico como en el plano técnico.

La espléndida fotografía, a cargo del británico Jack Hildyard (quien ya tuvo la oportunidad de trabajar en otras cintas de David Lean como La barrera del sonido), nos ofrece un gran espectáculo, mientras que la genial banda sonora (compuesta por Malcolm Arnold), forma ya parte de nuestra cultura popular, especialmente la archiconocida Marcha del coronel Bogey, compuesta en 1914 y adaptada para la película.

Pero si tuviese que destacar un aspecto concreto de la película, ese sería sin duda el de las interpretaciones, teniendo a unos Alec Guinness, William Holden, Jack Hawkins y Sessue Hayakawa (nominado al oscar al mejor actor secundario por este papel), realmente excepcionales, en especial Alec Guiness, cuya interpretación sagaz del estricto y disciplinado coronel Nicholson cautivó mi atención desde el primer momento, llegando a convertirse en una de mis actuaciones favoritas de toda la historia del cine.

Todos estos factores, unidos a un guión muy bueno y realmente muy bien estructurado por Carl Foreman y Michael Wilson (quienes fueron perseguidos durante la caza de brujas emprendida por el senador Joseph McCarthy), elevan a esta película a un puesto muy alto al que pocas cintas pueden aspirar, convirtiéndose en una de las principales referencias para las demás películas del género que se produjeron en los años siguientes, (como los cañones de Navarone, la Gran Evasión o Doce del Patíbulo) y ganando siete premios de la Academia en 1957, incluyendo el de mejor película, mejor director (David Lean), mejor actor principal (premio merecidísimo para Alec Guinness), mejor guión adaptado (otorgado a Pierre Boulle debido a la lista negra en la que se encontraban Michael Wilson y Carl Foreman durante la era McCarthey), mejor fotografía, mejor montaje y mejor banda sonora original.

Para terminar el comentario acerca de esta gran película, os dejo con este pequeño vídeo que recoge una de las escenas más memorables de la historia del cine: el momento en el que los prisioneros de guerra británicos, armados únicamente con un uniforme desgarrado y un par de botas destrozadas (algunos ni siquiera eso), desfilan a su llegada al campamento silbando la Marcha del coronel Bogey ante la atónita mirada de los japoneses y de sus compañeros de cautiverio. Realmente mítico.

1 comentario:

José Luis Urraca Casal dijo...

Excelente película realizada por auténticos maestros del cine. Te felicito por tu análisis de la misma. Alec Guinness glorioso.