lunes, 19 de mayo de 2008

Las mejores escenas de la historia del cine (2)


Podemos considerar al cine negro como uno de esos géneros cinematográficos que dejan siempre un buen sabor de boca cuando abandonamos una sala de cine o una vieja filmoteca, y cuya proyección nos anima a seguir pensando acerca de las imágenes que acabamos de presenciar, llegando incluso a sentirnos identificados con algunos de los personajes y a introducirnos en las situaciones en las que estos se ven envueltos a lo largo de la historia.

Desde los más antiguos orígenes del género desarrollados a principios de la década de los 40, hasta el resurgir del mismo experimentado en las últimas décadas con cintas de la talla de "Chinatown" o "L.A. Confidential", el cine negro nos ha obsequiado y maravillado con algunas de las más grandes obras maestras del cine, forjándose una sólida reputación e incluyendo entre sus filas a directores del calibre de John Houston, Jacques Tourneur, Roman Polansky o el mismísimo Howard Hawks.

La película que he querido incluir en esta segunda entrada acerca de las mejores escenas de la historia del cine constituye uno de los mejores y más consistentes ejemplos de lo que el cine negro es y representa, pudiendo encontrar en ella algunos de los tópicos que suelen caracterizar al género, especialmente durante los años 40 y 50 (la película fue estrenada en el año 1949). Se trata de "El Tercer Hombre", una verdadera joya atemporal firmada por el director británico Carol Reed, protagonizada por Joseph Cotten y Orson Welles en dos de sus mejores papeles y escrita por el famoso novelista Graham Greene.

La cinta nos sitúa en una devastada Viena inmediatamente posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial, en el momento en el que la ciudad del Danubio se encontraba dividida en cuatro sectores de ocupación (francés, británico, americano y soviético), de la misma forma que la ciudad de Berlín sería también dividida entre las potencias aliadas nada más terminar la guerra. Es precisamente durante esta situación de posguerra cuando llega a la ciudad un joven escritor norteamericano llamado Holly Martins (Joseph Cotten), el cual ha venido desde los Estados Unidos en respuesta a la petición de un amigo suyo, Harry Lime (Orson Welles), quien desea que Holly trabaje junto a el.

En la escena que he seleccionado podemos observar como Joseph Cotten recorre las desiertas calles de Viena por la noche, habiendo perdido ya toda esperanza de encontrar a su viejo amigo Harry Lime, el cual parece haber sido tragado por la tierra, ya que desde su llegada a la ciudad, todos los esfuerzos empleados en su búsqueda han resultado en vano. De repente, el maullido de un gato procedente de la entrada al portal de una casa llama su atención, dándose rápidamente cuenta de que entre las sombras, un individuo desconocido acecha. Comienza a gritar en dirección al portal, pero el individio no se mueve ni profiere sonido alguno, quedándose agazapado entre las sombras. De pronto, una mujer que se queja de los gritos que nuestro protagonista está lanzando enciende la luz de su habitación, situada en un edificio colindante, y dicha luz ilumina, a la vez que nos revela el rostro del desconocido, el cual no es otro que Harry Lime (Orson Welles). La introducción que en esta película se nos hace del personaje de Orson Welles es, probablemente, la mejor introducción de la historia del cine, la cual no hubiese sido posible sin el maravilloso trabajo del director de fotografía Robert Krasker, el cual ganaría un merecidísimo premio Oscar por su labor en esta cinta. El juego de luces y sombras que aquí se observa, los ángulos e inclinaciones de la cámara, la genial banda sonora de Antón Karas y la propia arquitectura de la ciudad de Viena, son elementos que ayudan a hacer de esta secuencia una escena maravillosa, la cual habla por si sola.

1 comentario:

BUDOKAN dijo...

La verdad que has escogido una de las mejores escenas de la historia cuando citas aquel thriller oscuro del gran Carol Reed. Saludos!